domingo, 1 de febrero de 2009

Ajaccio, puerta y puerto de Córcega





Para escribir sobre Ajaccio, a parte de haber estado en el lugar, es necesario recabar una serie de informaciones, más o menos fidedignas, no sólo como un mero enfoque estético, si no, con la intención de aportar a mis subjetivas apreciaciones, datos fiables, y a ser posible, útiles para el posible lector, procurando meter la pata, nada más que lo estrictamente inevitable. A ello me puse, buceando con éxito relativo por la red, y la verdad, he acabado mareado con tanto dato discordante, motivo claro, para considerar con seriedad, todos los avisos recibidos, sobre la verosimilitud de las informaciones publicadas en internet.

Todo este rollo, viene de algo tan sencillo como intentar averiguar, administrativamente hablando, la calificación de esta ciudad, dentro del estado francés; vamos, si es capital de provincia, departamento o cualquier otra subdivisión dentro de ese entramado burocrático, que es Francia. La verdad, no me he aclarado, así, que tiro por la calle de en medio, pidiendo anticipadamente disculpas, por los errores en los que he de caer en este escrito.

Situada en la orilla norte de la bahía de su mismo nombre, rodeada de playas e inaccesibles calas, y teniendo como decorado natural de fondo, las impresionantes montañas corsas, la ciudad de Ajaccio se vuelca hacia la mar, casi de forma descarada. Su ubicación, no es un capricho, si no la sabia elección de sus primeros moradores, allá por el año 1492, los cuales supieron ver en un entrante de esa bahía, un lugar totalmente al repar de vientos y mares, emplazamiento óptimo para establecer un puerto, de fácil defensa ante los ataques hostiles provenientes de la mar, casi el único lugar franco de acceso, por aquellos tiempos, algo, que aunque parezca una paradoja, sigue todavía siendo una realidad, dado lo complicado de las comunicaciones dentro de la isla, a causa de una orografía endiablada.

Como el corso es un pueblo “duro”, pero inteligente, han decorado ese semicírculo anteriormente descrito, con una bella ciudad, como buen exponente de la cultura y forma de ser mediterránea, pero con una personalidad propia y diferente, fruto probablemente de su “juventud”, pues, a orillas de ese mar, una urbe de sólo 520 años de antigüedad, es casi un bebé. Junto al dique de abrigo, al extremo sur de ese entrante, se erige la parte más antigua, de calles serpenteantes y edificios de pocas alturas, pintadas sus paredes en colores diversos y con sus ventanales, cerrados mediante contraventanas de celosía en vivos colores, por supuesto, adornadas con abundantes flores, otorgando a esa parte de la urbe, un sabor peculiar dentro de la idiosincrasia propia, de los asentamientos humanos a orillas de ese mar, pero, con una personalidad particular y definida. Es en una de estas calles, donde nació Napoleón Bonaparte, insigne corso, algo guerrero, pero desde luego, uno de los personajes con mayor relumbre en la historia de Europa, tanto para lo bueno como para lo malo, pues no en vano, su genio militar, del todo indiscutible, sembró de cadáveres media Europa, siendo la casa en la que nació, hoy, un museo de importancia relevante en la ciudad.

Pero uno, algo bastante más simple de miras, busca la realidad cotidiana de la ciudad y por supuesto, es la plaza del mercado, el elemento fundamental de la zona, siendo esa feria diaria, de productos tradicionales, algo consustancial con esa cultura, digno de ser visto, por no decir, degustado y paladeado. Las viandas expuestas y puedo dar fe de ello, son sabrosas y contundentes en sabores, y un exponente más de la diversidad de ese pueblo.
La parte más moderna de la ciudad, siempre a la vera de ese semicírculo o entrante de mar y separada del mismo, por un hermoso paseo arbolado, placentero para caminar por la ausencia de obstáculos en toda su longitud, es parecida a casi todas las ciudades relativamente modernas; coches, urbanización un tanto caótica y barullo, eso si, con el aditamento de un carácter, típicamente mediterráneo, con esa personalidad alegre, bulliciosa y también, bastante ruidosa.

Ajaccio, es indiscutiblemente, la ciudad más poblada de la isla de Córcega. Con unos 55.000 habitantes, se la puede considerar una urbe muy cercana, en su modo de funcionamiento, a cualquier capital de provincia pequeña, siendo los servicios, su razón de ser. Al ser la orografía corsa tan abrupta, con un pico, el Monte Cinto de 2706 metros y varios más de alturas superiores a los 2000 metros, las comunicaciones entre poblaciones de la isla, son ciertamente complejas. Ajaccio ha sido y es su principal puerto, origen de la primordial carretera de la isla y de una línea férrea, construida a finales del siglo XIX, ingente obra de ingeniería, la cual nos lleva tras un largo viaje en tiempo, que no en kilómetros, hasta Bastia e Isla Rossa, razón por la cual, su puerto es el de mayor actividad comercial, tanto en carga, como en pasaje, con numerosas conexiones diarias, vía ferry con Marsella, Toulon y Niza, en mayor número en las épocas estivales y festivas que en invierno, dándose la particularidad, de ser una ciudad “de paso”, pues el turismo en esta isla, casi protegida en su totalidad, por la figura jurídica medioambiental de; “Parque Natural Regional”, se dirige a otras zonas, casi vírgenes y sin esos complejos hoteleros monstruosos, donde poder disfrutar de sus vacaciones, de una forma armónica con la naturaleza. Al no ser Ajaccio, un destino turístico importante por si mismo, ha permitido a la ciudad crecer poblada por isleños, lo cual, la confiere un carácter todavía más singular, pues los corsos, son un pueblo peculiar, mezcla de muchas sangres diferentes, siendo desde el año 1991, la única región autónoma de Francia, estado caracterizado por un centralismo, casi extremo.

Desde hace no muchos años, muchas navieras de cruceros, han puesto sus ojos en este puerto, como lugar de escala, partida o finalización de cruceros. pues no en vano, Córcega está situada en un punto neurálgico en el Mediterráneo, gozando de unas excelentes infraestructuras portuarias, preparadas para recibir todo tipo de buques de crucero, contando con la proximidad de su aeropuerto internacional, cómodo y sólo a 5 kilómetros del puerto, hacen de él un lugar estratégico para ese tipo de negocio. Pero, este es un tema para gestores y políticos, esperando, por el bien de todos, el mantenimiento de esa riqueza natural de la isla, sin masificaciones y con unos visitantes concienciados, con la importancia de preservar el medio natural, en oposición al turismo de masas, propio de esos buques. Siempre habrá un punto medio, y hallarlo ha de ser el objetivo.

Ajaccio, merece un día de visita, y Córcega, un montón de ellos.
Gaztelupe

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