domingo, 8 de febrero de 2009

Un rincón casi salvaje de la Costa Mallorquina, Sa Ràpita






Siempre se puede descubrir, lugares interesantes al viajar. Es sólo, una cuestión de actitud y receptividad ante lo que los ojos contemplan, dejando fluir esa información recogida por los sentidos, hasta esa parte del cerebro donde se acumulan y forman las sensaciones, siendo para ello solamente preciso, una mente abierta y, tener el mínimo de prejuicios establecidos. No todos vemos ni sentimos las mismas cosas, principalmente, por nuestra cualidad de personas únicas, siendo esta diferencia sensorial, un elemento de sumo valor al percibir, matices en los parajes visitados, sin que esta disparidad de criterios, en nada sea mala. Simplemente, vemos y sentimos de diferente forma y en la suma de estas desigualdades, posiblemente, estará la unidad.

Ahora bien, cuando uno encuentra dentro de un contexto o área geográfica, relativa o ampliamente explotado por los humanos, uno de esos remansos de paz, a parte de sentirse casi como un pionero o descubridor moderno, está en el deber de comentar este pseudo-hallazgo, a todos los sufridos lectores, para así compartir y valorizar el lugar, intentando con nuestras actitudes, preservarlo en su integridad natural, para solaz y goce de generaciones futuras.

Ya he largado una de mis parrafadas filosóficas baratas, muy interesantes para ser leídas en una tarde desapacible, como método infalible para entrar en un estado de agradable somnolencia. Ahora toca describir lo visto, de una forma más o menos amena, pero, manteniendo a ser posible, el rigor en las denominaciones geográficas, algo no tan sencillo, cuando muchas de ellas las he sacado de mapas escritos en mallorquín y con algunas diferencias entre fuentes. Pido anticipadamente disculpas y ya, sin más, empiezo con la tarea.

Al citar la palabra “mallorquín”, es obvio que va ser en una de estas islas donde haya posado mi mirada. Concretamente, en la mayor de ellas; Mallorca y ya para ser más preciso, en su costa sudoeste. Es una zona en forma de semicírculo, de unos 7.500 metros de arco, comprendida entre Punta Plana por el oeste y Punta Volantina por el sudeste y en cuya ribera, se asienta la localidad de Sa Ràpita, como núcleo habitado más relevante, pero, con la importancia primordial de ser una zona de naturaleza casi virgen. La playa o “Platja des Trenc”, es su accidente geográfico primordial, no sólo por su magnitud, si no, por ser una playa “casi” privada, protegida de las zonas urbanas, pequeñas pedanías, por una zona de soto-bosque mediterráneo, con sus pequeños humedales, admirable o sorprendentemente conservado. Pero, me estoy adelantando en el relato y todo ha de llevar un orden.

Ya realizada la introducción, el siguiente paso, es, indicar los caminos para acceder a la misma. Como punto de salida y referencia, tomo Palma de Mallorca. Saldremos de ella por la Autovía de Levante (MA19), la que nos llevaría hacia el aeropuerto. Seguimos por ella hasta Llucmajor y allí, tomamos la MA 6015. Empezamos a internarnos en una zona plana, totalmente rural, de fincas delimitadas por elaborados muros de piedra, donde la tranquilidad parece ser la nota dominante, algo sorprendente, pues no podemos olvidar que estamos a unos 40 kilómetros de Palma, siendo la isla de Mallorca, lugar de ocio de muchas personas y por tanto, con zonas demasiado concurridas en las épocas de veraneo álgidas para el turismo.

Una vez llegado al lugar y como método descriptivo, utilizaré la punta oeste como teórico punto de salida, despedazándome por la ribera hacia el sudeste. Es una simple regla o pauta de entendimiento, la cual, para nada presupone una relevancia de un punto sobre el otro.

Así, comienzo por la Punta Plana, punta sobre la que se yergue un pequeño faro y lugar de asentamiento de un reducido grupo de pequeñas casas; s'Estayol de Migjorn, simples edificaciones entre la vegetación, sin electricidad y punto “casi ideal” para unas vacaciones, pues al inconveniente menor citado, se le contraponen, máxima tranquilidad por la ausencia de caminos y la caricia de una mar, casi privada. Curioso es observar en esta zona, como en el fondo del cantil, se encuentran una especie de piscinas, las cuales no son tal, si no, la huella de la extracción de piedra, destinada a la construcción de la catedral de Palma.

Siguiendo nuestro camino, cruzaremos la desembocadura de un pequeño torrente; el de Garonda, alcanzando ya las dos primeras urbanizaciones. No son para nada lo habitual en el litoral mediterráneo; es decir bestialidades, si no, pequeños grupos de casitas, con un modesto puerto deportivo y poco más. Sin solución de continuidad, siguiendo por la ribera, ya en una dirección clara hacia el este, entramos en la zona del pueblo de Sa Ràpita. Es un conjunto de caserío bajo, de muy simple construcción y con sólo, cuatro o cinco calles paralelas de edificaciones similares, el cual se extiende a lo largo de unos 1.500 metros, hasta llegar al puerto deportivo. Este puerto, albergue de unos cientos de barcos, es sin lugar a dudas, lugar codiciado por cualquier aficionado a la náutica “tranquila”, pues desde su bocana, navegando sólo 10,5 millas náuticas, al rumbo de aguja 177º, nos “toparemos” con el “Parque Nacional Marítimo del archipiélago de Cabrera”, uno de los tesoros naturales del Mediterráneo.

El puerto deportivo de Sa Ràpida, marca el punto de inflexión en la zona, tanto en su parte terrestre, con la terminación de la zona edificada, tomando la carretera costera, un giro de 90º hacia la población de Campos. A su vez, la costa, vira un poco hacia el sudoeste, transformándose la ribera urbanizada costera, en una magnífica playa; Platja des Trenc, cubierta en el día de mi visita, por toneladas del alga “poseidonia”, llegadas a la misma desde los cercanos campos submarinos de Cabrera, por efecto de unos temporales en los días anteriores, denominándose este fenómeno natural; “arribazón”. El efecto en la playa, puede parecer muy poco estético, pero su retirada, no está permitida, al ser este alga una especie altamente protegida y con un alto valor ecológico. Afortunadamente, este fenómeno del arribazón, sólo se da unas pocas veces al año, normalmente en temporada baja, lo cual, permite a esta playa lucir sus mejores galas, perdón arenas, con normalidad.

Por supuesto, esta playa, como lugar a mi entender “culmen” de la zona, merece ser descrita lo mejor que uno sepa. Está dividida en dos secciones; una desde el puerto a una pequeña zona urbanizada, de nombre “Ses Covetes”, de unos 1.400 metros. Desde allí, hasta la Punta Volantina, lugar que marca su fin y el comienzo de lo mal llamado civilización urbanística con la “Colonia Saint Jordi”, hay aproximadamente unos 3.500 metros. Ambas zonas, comparten un estado de conservación envidiable, con humedales, lo cual a su vez implica, aves, una zona de soto-bosque a sus espaldas, zonas de dunas, muy pocos chiringuitos y sobre todo, tranquilidad. En bastantes guías, aparecen partes de ella, como zonas nudistas, algo que puede dar una idea de la paz y tranquilidad reinante en la zona. Una verdadera belleza, sobretodo, cuando uno no espera encontrar lugares de sus características por esos lares, siendo algo de lo que se tienen que sentir orgullosos todos los artífices de su conservación y ser a su vez, ejemplo de sapiencia a imitar. ¡Felicidades!.

Me encanta viajar, pero no como una simple maleta. Quiero seguir descubriendo lugares hermosos, tanto para mi solaz, como para intentar compartir la experiencia, con todos aquellos, que habéis tenido la paciencia de leer este texto.

Gaztelupe

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