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Esta es la historia de una de esas casualidades viajeras, no planificada ni pretendida, de esas que salen por la casualidad ó por los azahares y travesuras de esos duendes compañeros de viaje, acompañantes siempre habituales en mis desplazamientos, por no decir en todos los lances de la vida. Como son muy revoltosos, pero, de buen talante y mejores intenciones conmigo, tienen la costumbre de guiar mis pasos en estos trances viajeros, no sin antes haberme hecho rabiar un rato; es decir, saliendo mal lo por mi inicialmente ideados, pero luego arreglándose los desaguisados con “soluciones de fortuna” totalmente improvisadas, divertidas y que me han permitido conocer lugares realmente atractivos, interesantes y hermosos. Obviamente, mis aventuras de viaje, también cuentan con metidas de pata bastante problemáticas. He salido de ellas como he podido, pero siempre con parte de la lección aprendida, porque desde luego, en todo lo malo, algo mínimamente aceptable hay.
El trayecto que voy a intentar narrar de la mejor forma posible, no sólo me aportó unas buenas dosis de alegría y placer visual cuando lo realicé, si no que me ha obligado a revolver por la red en busca de información de los lugares por donde me moví, totalmente desconocidos y sin un mal nombre registrado en mi memoria, siendo una verdadera pena no ser capaz de “colocar” en un mapa un recorrido para mi, muy, pero que muy atractivo. La labor de documentación ha sido interesante, amena y muy grata. He podido poner nombre a esos parajes y además, ese buceo virtual por la red, aparte de satisfacer mi innata curiosidad, ha revelado una serie de datos que en modo alguno suponía, los cuales me han ayudado a comprender algunas de las rarezas vistas e incomprendidas en su momento.
La historia comenzó un sábado a finales de septiembre, con un tiempo, simplemente magnífico en La Rochelle, lugar donde había pernoctado en mi regreso hacia Donostia – San Sebastián. Como las autopistas francesas de peaje, son caras y realmente aburridas, teniendo bastantes pocas ganas de llegar a casa, decidí hacer una variación en el trayecto, ya realizada hace unos cuantos años y sin ser precisamente una maravilla, era bastante más atractiva que la autopista. Se trataba de ir por la carretera N137 hasta Rochefort, desde allí tomar la D733 hasta Royan y desde ésta coger un ferry para atravesar el estuario de “La Gironde” hasta la orilla sur, en La Verdon y desde allí......... Como curiosidad, esta travesía figura en los mapas como “carretera N215”.
Llegué hasta Royan, ciudad turística por antonomasia en el centro de la costa Francesa, similar en concepción a cualquier centro de vacaciones mediterráneo Español, pero con ciertas peculiaridades que la hacen diferente, pero no muy distinta de las mismas. Por un lado, es una ciudad que sólo “vive” mes y medio al año, coincidiendo con la época álgida con las vacaciones “habituales”; es decir, desde el15 de julio hasta a finales de agosto, no estando mi visita comprendida entre esas fechas. Había algún jubilado, despistados como yo y alguno más. También hay que resaltar la arquitectura de esta ciudad, la cual combina un modernismo propio de los años 50, fruto de haber tenido que reconstruirla después de la 2ª guerra mundial, con palacetes de épocas anteriores, reformados, por descontado y no por ello, menos fastuosos. Una mezcolanza un tanto “complicada” y bastante habitual por Francia.
Como mi memoria visual no es demasiado mala, sin grandes problemas me dirigí a la terminal del trasbordador, la cual, para nada era la cutrez que recordaba, ni el ferry el trasto de hace años. Paré en la cola de espera y utilizando el poco sentido común que tengo me miré la tarifa. ¡Horror!, 30€ por una travesía de 10 minutos; vamos, como que no. Por mucha desembocadura en forma de estuario más grande de Europa que fuese, el precio era un robo a mano armada. Solución, cambio de planes sobre la marcha; dirección Burdeos yendo lo más cercano posible de la Gironde; vamos, fisgoneando en cada pequeño puerto, cala o algo relacionado con la mar que me encontrase en el camino.
Antes de continuar el relato, unos pequeños apuntes sobre el entorno en el que me moví y que pueden ayudar a comprender mis malas explicaciones. La Girona es un gran delta, formado por la confluencia, aguas arriba, del caudaloso Garona, río nacido en el valle de Arán y el Dordogne. Entre los dos, se calcula que transportan entre 2 y 8 millones de toneladas de tierra en suspensión al año, razón de su turbieza habitual y unos caudales próximos a 1500 millones de m3 de agua. Tiene más de 65 kilómetros de longitud hasta la confluencia de ambos rios y anchuras que pueden llegar a los 10 kilómetros. Las carreras de marea; es decir la diferencia entre la pleamar y la bajamar, tienen la suficiente amplitud para ser perfectamente observables en el puerto de Burdeos, sito casi 100 kilómetros aguas arriba y capacitado para recibir barcos de buen porte (en argot, tipo B). En ambos rios, es observable y “surfeable” la “ola de marea” (tidal bore o mascaret), verdadera pared de agua que se ve avanzar río arriba con la subiente de la marea. Todo un verdadero espectáculo de espuma blanca entre aguas que por su color parecen chocolate y un placer para los “artistas” del surf. Estas magnitudes, condicionan, como no puede ser de otro modo, todas las riberas de la ría. Sí, he escrito “ría”, porque esa es la definición técnica, otorgada por los geógrafos, a las zonas de rios con influencia de las mareas, siendo en este caso vastas llanuras aluviales plagadas de canales de irrigación. Pero, ahora no es el momento de contar eso; ya llegará su ocasión.
Y ya ambientados en la zona, comienzo mi periplo. Siguiendo la rivera en el mismo Royan parte la carretera D25 hacia Burdeos, la cual iré siguiendo, más o menos en su trayecto, aunque con bastantes desviaciones por caminos y carreteras secundarias.
Lo primero y casi en el mismo centro del pueblo, su playa de “La Concha”, playa orientada hacia el sur, de unos 3000 metros de extensión, de arenas finas y claras. Es la principal atracción del lugar, situándose en su trasera las mansiones de la “gente pobre” de Burdeos. Más adelante y pasado una especie de cabo o zona rocosa, nos encontramos con la playa de Saint-Georges de Didonne. Esta se extiendo unos 2500 metros y sigue siendo de una calidad encomiable, aunque ya la zona no es tan burguesa. A partir de aquí la población de Royan se va difuminando entre un rosario de pequeñas playas intercaladas con salientes rocosos, hasta llegar a Taimont-sur-gironde, lugar curioso por tener unas cuevas habitadas en el mismo acantilado y donde nos desviaremos por la carretera D145.
Antes de continuar la subida hacia Burdeos, creo conveniente hacer un inciso para comentar, unas “edificaciones pesqueras” ribereñas. Son los “Carrelets”, especie de pasarelas nacientes en tierra, construidas sobre un tipo de pilotes o troncos clavados en el cieno de la ría, los cuales acaban en una plataforma con una caseta encima y una pequeña grúa de la cual pende un útil de pesca de forma circular. Con la marea medio llena, el pescador arria el arte a fondo, tirando cebo, normalmente pan duro. Los peces se agolpan y es en ese momento cuando se iza, quedando los peces en el arte. Estos chismes, muy abundantes en esta zona, son habituales en la costa atlántica francesa, siendo su estampa el anagrama elegido por regiones más al norte, como logotipo en sus publicaciones turísticas.
Debo puntualizar una cosa antes de proseguir. Mi recorrido coincidió entre el final de la marea bajante y el comienzo de la subiente; es decir, encontré tanto los “Carrelets”, como los puertos “en seco”, con los barcos varados esperando la subida de las aguas, percibiendo un ambiente náutico un tanto surrealista, pues un barco en seco para muy poco vale y sin embargo el valor material de muchos de ellos, a la espera de la marea, si que era bastante elevado. Me cuesta entender, tener juguetes tan valiosos, cuyo uso está restringido por los vaivenes cíclicos de las aguas. Supongo que será cosa de ricos, y yo, como no lo soy, difícilmente lo puedo comprender.
En mi avance corriente arriba y siempre ya en la llanura aluvial, producto de miles de años de aportes térreos de la ría, el primer pequeño puerto tenía como nombre “Les Monards”, una especie de canal perpendicular a la ría, donde los barcos varados, enfilaban sus proas al pequeño regato, en que la marea baja había convertido el lugar, todo ello rodeado por una hermosa masa arbórea.
El siguiente puerto, ubicado en el pueblo, municipalidad o la división administrativa de Mortagne-sur-Gironde y de nombre Port de St Seurin d'Uzet, ya no era ninguna menudencia. Igual que en el anterior, un canal de similar orientación, pero mucho más grande, se adentraba hasta una dársena cerrada con una esclusa o dique. Dentro y perfectamente a flote, una hermosa marina deportiva, en cuyos pantalanes amarraban barcos de “verdadera categoría”. En su rededor, un entorno realmente privilegiado, pero, siempre hay un pero, con unos edificios industriales en desuso, algo que motivó vivamente mi curiosidad y mis deseos de comprender. Con un poco de tiempo, algo de paciencia y esta magnífica herramienta llamada internet, encontré la razón de tan singular puerto y entorno. La solución fue mucho más sencilla de lo que imaginaba, encontrando inclusive fotografías históricas de la época. Por los años 1920, comenzó la explotación comercial de los esturiones del delta, obteniéndose con su pesca producciones entre 3 y 5 toneladas anuales de caviar. Evidentemente, sin pasar muchos años y gracias a la codicia humana, el esturión desapareció de estas aguas y este enclave industrial languideció, hasta no hace muchos años, cuando la náutica de recreo ha sustituido a ese hermoso y grande pez, en el reflorecimeinto de este entorno ya de por si, privilegiado. Todo sea por la economía.
Luego continuamos con Port Maubert, también con dársena cerrada por un dique, barcos de lujo, club náutico, un entorno casi idílico y hasta una lancha ó catamarán turístico para excursiones por el estuario. Por supuesto, el precio era una total menudencia para los ricos, pero..........Si uno no es rico en lo material, al menos tengo la suerte de contar con imaginación para suponer sus quehaceres vacacionales.
El último enclave náutico de cierta relevancia, pero ya extremadamente condicionado por las mareas, es Vue du Port de Vitrezay, pequeño canal entre carrizales, de una belleza y placidez envidiable, pero que en mi modesto entender, no sería el lugar donde amarraría más que una simple chalupa o bote de remos.
A partir de ahí, la llanura aluvial se ensancha enormemente y comienza una zona de cultivos irrigada por numerosos canales. Sin embargo, en medio de esa planicie y a unos 55 kilómetros aguas arriba de la desembocadura, se yergue una mastodóntica construcción humana. Es la central nuclear de Blayais, con cuatro reactores de potencia unitaria de 900 MW, la cual emplea a más de 1300 trabajadores, estando operativa desde el año 1986. Choca enormemente para un inculto como yo, encontrar junto a ese establecimiento energético, ampliamente demonizado por la sociedad, vacas pastando con toda la tranquilidad del mundo. ¿Contradictorio?, puede ser, pero no soy yo el que pueda opinar con criterio sobre el tema.
A muy pocos kilómetros, aparece la ciudad de Blaye, pueblo patrimonio de la humanidad por su singular ciudadela y lugar de serias disputas durante el alto medievo, con luchas intensas entre los Ingleses y los lugareños y plaza donde se desarrolla parte de la “Chansion de Rolán”, epopeya épica datada sobre 1350. Blaye también cuenta con un transbordador hasta la otra orilla, teniendo un pequeño puerto fluvial, interesante para el comercio de la zona. Frente a esta ciudad, la ría de la Gironde tiene unos grandes islotes y fue por esta zona por donde tuve la suerte de ver, un barco quimiquero de considerable tamaño, subiendo como un tiro, favorecido por la marea, hacia la zona de Burdeos. ¡Espectacular!
Hoy en día, Blaye es un punto neurálgico en la zona y quizás el inicio de una de las mejores zonas productoras de vino Burdeos, denominación de origen que aglutina 57 denominaciones diferentes, agrupadas a su vez en 7 grandes zonas. Ciertamente, es un verdadero lío entenderlo, pero hay que reconocer la calidad de sus vinos y por supuesto, el magnífico marketing francés, el cual ha logrado imponer sus ciertos criterios etnológicos, a pesar de los elevados precios de sus caldos. Desde esa ciudad, si uno coge la carretera costera y luego por la D669, es posible contemplar grandes campos de viñedo, perfectamente alineados, “chateaus” de magnífica presencia, los cuales, con un encomiable trabajo, se han convertido en destino turístico de primer orden, en eso que ahora en España se empieza a llamar “Turismo Etnológico” y que estas privilegiadas cabezas, han encontrado una verdadera mina de oro. Fueron varios los autobuses, cargados de acaudalados turistas, los que pude contemplar por la zona, llenándome de sana envidia, la perspicacia comercial de los bordeleses, los cuales han sabido encontrar una fuente de ingresos extraordinaria, en mostrar al poderoso vulgo rico, algo tan sencillo, pero tan hermoso como es hacer vino y para colmo, bueno.
Ya en muy pocos kilómetros La Gironde se convertirá en los rios Dorgoña por el Norte y Garona por el sur. Cruzaremos el primero por la carretera D1010 por el puente de Saint vicente de Paul, estructura metálica emblemática y nos adentraremos en la zona periférica de Burdeos, llegando ya a zonas con escaso valor narrativo.
En fin y resumiendo para no ser muy pesado; un magnífico viaje y una hermosa y gratificante labor de de investigación.
Gaztelupe
http://marbarcosyviajes.blogspot.com/
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