sábado, 1 de agosto de 2009

Piratas, bucaneros, corsarios, filibusteros y otras malas hierbas





Con la extensión y grandilocuencia de este rimbombante título, me gustaría abordar la clasificación de todos estos elementos, desgraciadamente, muy en boga en la actualidad, por las actuaciones de piratas en aguas cercanas a Somalia, pero que en modo alguno han cesado desde los albores de los tiempos, cuando el hombre se atrevió a aventurarse en la mar. Son estos temas, tan absolutamente manidos y repetidos, fuente de inspiración para todo tipo de escritores, tanto históricos, de ficción, como ahora, por desgracia periodísticos. Se han tratado literariamente de todas las formas y estilos posibles, eso si, con bastantes más tintes o escora hacia lo narrativo y noticioso, que en el dolor e infortunio provocado por una mera actividad delictiva, tan vieja como la misma actividad del hombre en la mar.

Desde luego, nada nuevo voy a poder aportar, pues es mucho lo escrito en relación con estos temas. Sin embargo y dentro de mi intención escritora está, “acotar” en unos términos sencillos, todas esas palabras iniciadoras de este escrito, vocablos aparentemente sinónimos, si son usados con un cierto desconocimiento o de forma no muy correcta, cuando hay notables diferencias entre ellos. Ciertos son, los muchos paralelismos existentes entre los mismos, pues al fin y al cabo, todos ellos van a significar más o menos lo mismo; robar en la mar, ya sea de una forma o de otra, bajo la bandera pirata, licencia o pabellón corsario, o sin un mal trapo identificatorio e incluso invocando preceptos de derecho marítimo, cuando siempre son un actos contra derecho. En fin, un lío terminológico, maraña de definiciones y distinciones, pero siempre sinónimos de violencia y extorsión. ¡Ojo!, solo voy a entrar en acepciones relacionadas con el mundo de la mar.

Voy a empezar por “Piratas”. Cojo el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAEL) y busco la palabreja en cuestión y la correspondiente entrada del diccionario dice textualmente; “Persona que, junto con otras de igual condición, se dedica al abordaje de barcos en el mar para robar. Persona cruel y despiadada”. Ciertamente, los señores académicos han dejado al albur de historiadores y escritores, un margen de actuación, dentro de lo gramatical y lingüísticamente correcto, tremendo, pues son muchos y variados los “especímenes” que pueden cobijarse bajo ese paraguas semántico.

La piratería, como he dicho al comienzo, es una actividad tan vieja como la orilla de la mar, pues en el código genético humano, parece que está preestablecido, una tendencia por parte de algunos individuos de la comunidad, a utilizar la fuerza y el robo como medio vital básico. Si tiro de libros de historia, las primeras citas que encuentro, son de autores clásicos griegos y romanos, narrando los graves inconvenientes que representaban para el comercio, la presencia por el Mediterráneo de numeros navíos dedicados al robo y pillaje de embarcaciones comerciales, siendo provenientes de todos los lugares ribereños de ese mar. Esta “falta de seguridad”, obligó a emprender numerosas campañas punitivas por parte de las potencias con hegemonías por aquellos años, con resultados variados, pero sin ser capaces en ningún momento, de garantizar una navegación segura. Fueron muchos los sistemas utilizados, pero siempre chocaron, como va a ser norma básica en la piratería, con unos medios informativos por parte de los piratas, basados en la delación y el soborno, que les permitían adelantar sus movimiento respecto a las flotas legales, atacando en el momento adecuado. Desde luego, hubo muchas variaciones sobre el tema, con mayores o menores grados de crueldad y una respuesta unánime por parte de las autoridades; exterminio, o lo que es lo mismo; ejecución sumarísima.

Si avanzamos en las épocas y cambiamos de mares, nos encontramos con los vikingos, pueblo proveniente de Escandinavia y la actual Dinamarca, consumados navegantes. Aparte de su bien merecida fama de saqueadores, no desdeñaron para nada la piratería, pues como es obvio, ¿para qué emprender lejanos viajes, cuando se podía hacer “caja” cerca de casa?. Todo era una cuestión de suerte y si ésta aparecía, pues, mejor que mejor. Los vikingos desaparecieron, pero los actos delictivos marinos, nada de nada. Simplemente hubo un cambio de nacionalidad y un “refinamiento” de formas (británicos, etc....), pero más de lo mismo.

Vuelvo al Mediterráneo, ahora en épocas del alto medievo y posteriores, cuando las flotas musulmanas “arrasaban”, poniendo en boga una práctica muy antigua, como era la toma de rehenes y el comercio de carne humana en forma de esclavos. No piense erróneamente el lector, en un decaimiento de la actividad en los años precedentes, pero es repetir lo mismo y la verdad, resulta canso.

De lo que ocurría en otros mares todavía ignotos para la sociedad occidental, pues, lo mismo, porque el comercio, algo que posteriormente se conoció como una actividad muy importante en oriente; dígase, todos esos pueblos “exóticos”, siempre ha conllevado el robo con violencia, práctica que han mantenido y acrecentado en habilidad y crueldad con verdadero ahínco, hasta la actualidad. Pero, me estoy adelantando y hay que seguir en orden.

Sin lugar a dudas, la época dorada en la piratería coincide con la apertura de nuevas rutas marítimas y descubrimiento de “nuevos mundos”, algo que conllevó un intenso tráfico de mercaderías de alto valor entre “Las Indias Occidentales” y la península Ibérica, actividad que se mantuvo hasta el decaimiento del comercio colonial, por la independencia de los países americanos, siendo la llegada de buques a vapor la puntilla. El teatro de operaciones, si bien podía ser toda la ruta, se centraba en la zona del Caribe, un mar de obligado tránsito para las flotas provenientes de Europa y con destino a la misma, con cantidad de pequeñas islas, arrecifes, corrientes, sin cartografía y con tiempos sumamente cambiantes, duros vientos, mares gigantescas, etc. En fin todo un infierno para los marinos de leva obligatoria, tripulantes de los lentos y poco maniobrables galeones españoles, pero un verdadero paraíso para las naves piratas, excelentes conocedoras de la zona, hábilmente tripuladas por hombres entrenados, bien retribuidos y con la única posibilidad de optar entre la piratería o la muerte, tanto en combate, como en manos de las autoridades, algo que conllevaba unas sutilezas en las ejecuciones un tanto macabras, aunque estas se efectuaran a “modo de escarmiento”. Fuese como fuese la historia, narrada en múltiples libros y objeto de cantidad de “épicas” películas, es totalmente cierto, aunque los historiadores no se pongan de acuerdo en la magnitud de las riquezas aprendidas por estos hombres, en detrimento de las arcas de la corona española. La velocidad y destreza de los piratas era casi infalible ante buques o grupos de ellos, de mayor porte y fuertemente artillados, pero con unas aptitudes marineras muy escasas, siendo, tal y como he dicho antes, sus espías, el elemento crucial a favor de estos ladrones y asesinos náuticos, pues, sin una información totalmente fidedigna, atacar a los convoyes españoles, no podía conducir más que a la derrota y a la muerte. Se puede escribir páginas y páginas sobre estos señores, pero creo poco provechoso, tratar con mis escasos conocimientos, algo que ha generado rios de tinta, por no decir de sangre y violencia.

Había dejado “aparcado” estas ilícitas actividades comerciales en los mares de Oriente y es el momento de retomarlas. La crueldad de indios, chinos, filipinos y especialmente malayos, fue proverbial y despiadada, erradicándose o disminuyendo la intensidad de los ataques por el océano Indico y mar de China, cuando los países europeos con intereses en la zona, desplazaron a esos mares, potentes flotas de combate. Sin embargo, las zonas del estrecho de Malaca, Indonesia y Borneo, lugares por los cuales discurren las aventuras narradas en los libros de Emilio Salgari, donde la piratería, sigue estando vigente hoy en día, como es lógico, con unos medios mucho más sofisticados, pero con resultados muy semejantes a los que lograron sus predecesores, obligando a los barcos mercantes que navegan por la zona, a extremar precauciones y a pagar elevadas primas de seguro, siendo un problema latente en la actualidad, pero con escaso eco periodístico.

Bucaneros, según el diccionario son: “ Piratas que en los siglos XVII y XVIII se entregaban al saqueo de las posesiones españolas de ultramar”. Esta es la definición “técnica”, muy poco comprensible para el profano y que tiende a igualarles con los piratas, lo cual, si bien es bastante cierto en la actividad, no lo es en el origen de los mismos. En principio, fueron hombres libres dedicados a la cría y ahumado de ganado porcino en la isla de La Española, pero que por diversos avatares políticos, fueron expulsados de la misma, cambiando sus hábitos laborales ganaderos, por la piratería costera en aquella zona, siendo a la larga asimilados y absorbidos por los piratas propiamente dichos, razón por la cual, pirata y bucanero son sinónimos el diccionario de la RAEL.

Y ya toca abordar el tema de los Filibusteros. Aquí, la cosa se complica bastante, pues hay diferentes versiones y yo, por descontado, no soy nadie para decantarme por ninguna de ellas, limitando a exponerlas, siendo el lector el que optará por cualquiera de ellas. El RAEL, en su ambigüedad habitual en estos temas, los define de la siguiente manera: “Pirata, que por el siglo XVII formó parte de los grupos que infestaron el mar de las Antillas. Hombres que trabajaban por la emancipación de las colonias”. Sin embargo he encontrado otras dos “versiones”; una, la que propugna un origen francés del vocablo flibustier; que se hace del botin libremente, la cual englobaría a una serie de piratas franceses, que en virtud de un acuerdo; El Tratado de Wervin entre España y Francia, país sin intereses coloniales en la zona, datado en 1598 acordado entre Felipe II de España y Enrique IV de Francia, puede estimarse como el origen de las piraterías de los marinos franceses en aguas del Mar de las Antillas, al establecer un “reparto” en la zona de operaciones. También podría proceder del inglés fly-boat['tipo de velero rápido'], era el nombre que recibía el pirata que en el siglo XVII formaba parte de los grupos que actuaban en el mar de las Antillas. Su característica especial, que lo diferenciaba de otros piratas, era que no se alejaban de la costa, la bordeaban y saqueaban las localidades costera. En fin, todo un verdadero follón para seguir denominando a los piratas de diferentes formas, o lo que es lo mismo; el mismo perro, pero con diferente collar.

El tema de los Corsarios es bastante más complejo, pues si bien, a ojos de cualquier profano en temas náuticos, puede parecer semejante a un pirata, la realidad técnica es bastante distinta, aunque el resultado práctico para el barco capturado, tal vez, menos sanguinario, pero idéntico en contenido económico; es decir la pérdida del barco y de su cargamento, eso sí, amparado en un teórico derecho de guerra. Así, de primera impresión, esto que he escrito es un verdadero galimatías, pero que a continuación, me propongo desenredar. Vuelvo a tirar de diccionario, encontrando la definición siguiente: “ (del latín cursus es decir "carrera") era el nombre que se concedía a los navegantes que, en virtud del permiso concedido por un gobierno en una carta de marca o patente de corso, capturaban y saqueaban el tráfico mercante de las naciones enemigas de ese gobierno”; vamos, algo como para no enterarse de nada. Básicamente, cuando dos naciones entraban en guerra o conflicto armado, concedían a buques civiles, la llamada “Patente de Corso”, o lo que es lo mismo, una cédula legal que les permitía atacar y capturar barcos del país contrario, pagando una especie de peaje o canon al gobierno del estado bajo cuya bandera navegaban, obteniendo pingües beneficios en esta actividad semi-delictiva, el armador del buque, sin ser considerado en derecho como pirata. Evidentemente, estas actuaciones, fueron altamente rentables y seguidas por muchos marinos, pues permitían “robar” dentro de la ley y encima, perjudicar notablemente al país del barco atacado. Como además, fue casi patrimonio de los Británicos y sus aliados, la mayor potencia naval de la época, pues miel sobre hijuelas, porque “arrimarse” al poderoso, casi siempre ha sido altamente rentable.

Bajo el epígrafe o título de “Otras malas hierbas”, náuticas en este caso, por supuesto, quiero hacer un somero repaso a ese mundo que siempre se ha movido en rededor de muelles y barcos, con multitud de actores y de formas de negocio poco claras, pero que al fin y a la postre, son casi la sal típica de estos ambientes. El contrabando, el tráfico de todo tipo de materias y personas prohibidas, las condiciones laborales en tripulaciones, el desprecio absoluto al más pequeño respecto del grande, la pesca fraudulenta y un largo rosario de actividades, todas ellas, dentro o fuera de un marco legal realmente complejo y por supuesto, con el beneplácito de múltiples estamentos, estratégicamente sobornados, permisivos ante verdaderas acciones bochornosas para la humanidad, pero que con una sabia capa de silencio y discreción, son totalmente desconocidas o ignoradas por la mayoría de personas, y lo que es mucho peor, toleradas y hasta fomentadas por entidades y gobiernos. Es una realidad palmaria para todos, la carencia de padre y madre en los asuntos de dinero y cuando está presente en cualquier forma, los humanos, nos damos de bofetadas, olvidando u omitiendo todos nuestros conceptos morales, en aras de llenar los bolsillos. Esto, por supuesto es patrimonio universal, pero en el mundo de la mar, se ha dado, se da y seguirá dando con mucha mayor facilidad, pues no en vano, estamos hablando de una superficie aproximada a las ¾ partes de la tierra, sin barreras ni puestos fronterizos y con una dificultad para su control enorme, siendo a su vez, algo casi “tradicional”, pues no en vano, hay una larga historia delictiva en este medio, desde la noche de los tiempos.

Gaztelupe

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