La ópera de Oslo, el edificio que embellece y engalana el puerto de Oslo, dotando de majestuosidad y belleza a los espectáculos que ella se representan.
Hace ya 4 años y en una de esas visitas relámpago que los cruceros deparan, visité por primera vez esa ciudad emblemática de Noruega, no sólo por que es su capital y el mayor núcleo de población, si no por su profunda imbricación con la mar, unión escenificada en un fiordo de gran longitud, donde los habitantes de ese país han sabido conjugar con maestría sus asentamientos con un profundo respeto al medio natural, algo llamativo y motivo de sana envidia por mi parte.
Hace unos meses regresé a esa ciudad, esta vez por vía aérea y he de reconocerlo, me informé de lo estrictamente necesario para mi estancia, no prestando atención a otros datos ofrecidos en sus páginas web. Sabía por visitas a la página del puerto, normalmente una de las mejores vías para conocer informaciones prácticas de una ciudad, de los cambios que estaba acaeciendo en su fachada marítima, pues hoy en día las estructuras portuarias antiguas, normalmente en los centros urbanos, habían quedado obsoletas y estaban siendo trasladadas a otros emplazamientos, lo cual se traduce en una liberación de grandes espacios en beneficio de la ciudad. No profundicé en el tema, pues este fenómeno es común en casi todas las antiguas ciudades portuarias, siendo resuelto por ellas con fortunas diversas.
Llegado a este punto y antes de ponerme a intentar describir lo que vi, he de pedir disculpas a los Noruegos, pues para poder ser un poco fiel en el relato, he tenido que buscar las denominaciones de los lugares y claro, están escritos en su idioma. Intentaré transcribirlos lo mejor posible, pero alguna que otra burrada semántica y geográfica he de cometer.
Desde el hotel donde estaba alojado y atravesando el hall de la estación central de ferrocarril en sentido norte sur debería llegar a la zona portuaria, concretamente a una dársena denominada “Revierkaia” y si, lo conseguí, pero no vi un trozo de mar ni el muelle en que años atrás había atracado. Enfrente mío se levantaba un “alucinante” edificio de mármol blanco. Me apresuré a cruzar la calzada por un paso elevado y menos mal que lo había, pues en caso contrario habría hecho un paso de calzada contraviniendo todas las normas de tráfico peatonal, tan era la impresión y ansia en mi despertada por el mismo, como la misma que ahora me acelera al escribir.
Lo primero que he de hacer es dar unas indicaciones mínimamente claras para llegar a este edificio y poder admirarlo. Para ello, voy a partir del edificio del Ayuntamiento de Oslo; si, ese, donde se entregan los premios Nobel de la Paz. Si ya hemos llegado al mismo, buscaremos la fachada que da al mar y nos emplazaremos mirando al mismo. A la derecha está y sobre el muelle, una zona de restaurantes que se denomina “Aker Brygge”; al frente el embarcadero de las motoras de servicio de pasajeros. A la izquierda, y debajo del promontorio donde se levantan la Fortaleza y el Castillo de Akershus, el muelle de cruceros. ¡Por fin!, ya nos hemos situado, ahora toca llegar hasta el edificio en cuestión, algo muy sencillo, pues se encuentra en linea recta a la izquierda del Ayuntamiento, pasado el promontorio del Castillo es donde está la dársena en cuestión; “Reveirkaia”. En el centro de la misma y en un espigón o parcela que el Google denomina algo así como: “Bjorvkautstikkeren” (supongo que no estará muy actualizado), se alza el edificio en cuestión.
Ya en lo que es la explanada o inmediaciones, lo primero que me llamó la atención fue ver que el edificio estaba lleno de gente, personas que entraban al mismo, que lo rodeaban, que subían por sus estructuras y que en definitiva estaban disfrutando de él. A simple vista, el hermoso edificio daba la impresión de que era uno de esos múltiples auditorios o palacios de congresos con que muchas de las ciudades modernas nos“obsequian”, pero a mi parecer, muy hermoso y estimulante. Tras las averiguaciones pertinentes, supe que era el edificio de “La Opera”. Además y como regalo adicional, en ese día se celebraba en Oslo una jornada dedicada a la música, siendo la entrada al mismo libre, algo que me apresuré a hacer.
Antes de continuar mi narración, me parece conveniente dar una seria de datos objetivos sobre el mismo. Se denomina oficialmente; “Den Norske Opera” (www.operaen.no), siendo inagurado por el Rey Harald V de Noruega el día 12 de Abril de 2.008. Su gestación, como los buenos vinos fue larga, pues la idea básica de un gran teatro de opera tenía más de 120 años. La decisión de construirlo la tomó el Parlamento en 1.999, estableciéndose las bases para un concurso internacional de ideas para el proyecto, el cual fue ganado en el año 2.002 por la firma de arquitectura noruega Snøhetta, responsables también de la nueva Biblioteca de Alejandría y del proyecto para el centro cultural en el World Trade Center de Nueva York.El edificio tiene una superficie construida de 38.500 m², distribuidos en dos auditorios; uno con una capacidad de 1350 espectadores, la sala principal y otro más pequeño de 400 asientos. Hay más de 100 pequeñas salas para otros tipos de eventos, llegando a contarse hasta 1.000 los espacios cerrados independientes en el mismo. Arquitectónicamente, algo de lo que entiendo más bien nada, su característica más distintiva es la rampa que rodea la sala principal y el “foyer”; una especie de caja inmensa acristalada donde se sitúa el hall, la cual recorre el edificio desde la base a orillas del fiordo, hasta transformarse en su techo. Esta rampa esta abierta al espacio público, y se transforma en un mirador que relaciona la ciudad con su paisaje circundante. Los accesos para los expectadores que acudan al auditorio, como a la rampa que lo rodea, se hace por el frente que da al mar; mientras que los espacios de producción están emplazados a sus espaldas, más hacia a la ciudad adquiriendo el perfil de las alturas existentes hacia ese lado. En su construcción han participado empresas de todo el mundo, como la española Frapont, con sede en Barcelona, suministradora e instaladora del parqué en el suelo y el revestimiento en las paredes; unos 11.000 metros cuadrados con madera de procedencia española que dota al recinto de las cualidades acústicas adecuadas. De los dineros invertidos, mejor no hablar y no porque no quiera, si no porque las cantidades se me escapan. En Noruega hay en estos momentos mucho dinero gracias al petróleo y gas producido en sus mares territoriales, sabiendo gastarlo bastante bien, a mi juicio.
Y ya vuelvo a mis impresiones, mucho menos importantes que los datos anteriores, pues no soy precisamente una persona con grandes dotes para apreciar ni describir arquitectura, pero que fueron lo suficientemente intensas como para motivarme a escribir. Lo había dejado con la entrada al hall, el cual a mi modo de ver destaca por su luminosidad, algo que es aportado por el “foyer” de cristal, por las paredes del bar y guardarropía realizadas en el mismo mármol blanco luminoso del suelo, en contraste al revestimiento en madera de formas muy irregulares de la zona de las salas. Lástima de no poder haber podido acceder a esos espacios escénicos, pero me parecía que mi entrada al recinto no había sido muy regular y aunque la curiosidad me invitaba a seguir con mis averiguaciones, mi sentido común impuso una retirada táctica antes de ser reprendido por alguien e invitado a salir de un sitio en el que creo que no debí entrar, pero que mereció mucho la pena visitar.
Ya en el exterior, deambulé un poco por esas rampas que van desde la orilla del mar hasta la cúspide, espacios diáfanos ampliamente usados por el público en general, pues lo mismo invitaban como muchas personas hacían a tomar el sol, como a pasear y disfrutar del paisaje, no dejando de pensar con mi mente traviesa, en lo divertidas que pueden ser esas superficies inclinadas durante el invierno con las nieves.
En fin, una arquitectura que sin renunciar a un proyecto escénico de amplias magnitudes, ha conseguido conjugarlo con unos espacios exteriores públicos de infinitas posibilidades para el disfrute del pueblo y visitantes de Oslo. Como siempre, sólo me queda felicitar a los Noruegos por convertir los dineros de sus riquezas naturales, en algo que lo pueda disfrutar la ciudadanía.
Gaztelupe
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