martes, 15 de junio de 2010

Sound of Harris, una travesía excepcional


Sound of Harris, una travesía excepcional.



Sound of Harris, una travesía excepcional

Uno, ha de reconocerse agradecido con la vida, como un afortunado con los parabienes y demás bondades que las deidades o cualquier otro ente sobrenatural; siempre a gusto del consumidor, tienen a bien concederme, pues aunque sean múltiples credos a los que los humanos nos sometemos y mis “preferencias personales” en ese respecto son tan particulares como privadas, he de sentirme venturoso, al menos en el índole viajero por la suerte en la elección de los lugares visitados, los cuales, sin un conocimiento ni estudio previo en profundidad, resultan verdaderos paraísos sensitivos para mis cortas cualidades de viajero, que no de viajante, pero con aspiraciones y deseos de convertirme en una persona “feliz” al descubrir sus pequeños mundos viajeros y lo que es mucho más importante, poder compartirlos con todos los que habéis tenido a bien comenzar a leer este texto. Por desgracia, como en la mayoría de los casos, mis deseos se encuentran bastante, perdón, muy condicionados con la realidad material del mundo en que vivo y lo que consigo hacer, tiene para mi un sabor a gloria, quizás se la pueda encuadrar como el gozo del “no” rico en lo material, pero si ávido en ilusión y ganas de llenar mi cerebro con todo tipo de emociones sensitivas derivadas de esa actividad viajera, tan pródiga a la hora de conmover el espíritu y tan importante en la adquisición de conocimientos.

En esta ocasión, quiero escribir sobre un lugar, del que muy poco sabía y que ha resultado para mi una de esas experiencias marineras, pues de una travesía en ferry voy a escribir, simplemente alucinante en belleza plástica paisajística y de una tranquila serenidad espiritual, impresionante. Es el cruce del “Sound of Harris”, o lo que es lo mismo en castellano, “Estrecho o canal de Harris”.

Pero, ¿donde está?. La verdad que no muy lejos de lugares fácilmente accesibles sin dificultades ni gastos excesivos, sin grandes complicaciones logísticas, pero que en su misma proximidad a emplazamientos super turísticos, lo ha preservado de la afluencia de masas, más interesadas en lugares de renombre, o por lo menos, vendidos como tales por los operadores turísticos y que al fin y a la postre, se llevan el grueso de los visitantes, dejando lugares como este, casi vírgenes de esa tremenda presión del negocio del ocio.

Hasta ahora, he escrito unas cuantas lineas y poco he dicho de este lugar. Va siendo hora de concretar cosas y empezar a ofrecer datos objetivos; es decir geográficos, teniendo a posteriori una gran cantidad de espacio y tiempo para intentar describir lo que no entra en el campo de la objetividad; mis impresiones.

El “Sound of Harris”, se haya en los mares interiores de Escocia, siendo un brazo de mar que separa las islas de Lewis- Harris en el norte y Uist por el sur, dentro del cinturón litoral exterior que forman las Islas Hébridas, al oeste de la costa Escocesa y a una distancia media de unas 45 millas náuticas de la misma, siendo este archipiélago, el parapeto natural de los duros tiempos provenientes del Atlántico Norte, los cuales al romper en esta cadena de islas, logran “parapetar” a la Escocia continental de esos virulentos temporales, logrando de ese modo un clima en ese país, realmente benigno para la latitud en la que se encuentra.

Su situación geográfica concreta es 57º45'59”N, 7º01'37”W en su extremo norte, la localidad de Leverburgh, siendo el puerto al sur de ese paso, Berneray, una pequeña isla unida a la Uist-Norte por una escollera artificial. Su posición exacta no es un valor que tenga demasiada relevancia, sirviéndonos de la distancia entre ambos “puertos”, por llamarlos de alguna manera cariñosa, en línea recta, de unas 7 millas, aunque la travesía es cualquier cosa menos recta. La latitud correspondería a grosso modo con Inverness en la Gran Bretaña, siendo su longitud equivalente al meridiano que pasa por la ría del Eo, frontera entre Galicia y Asturias, o lo que es lo mismo, muy próximo al Finisterre de los hombres del medievo.

Lo que a simple vista parece una travesía sencilla, es realmente una especie de gincana entre bajos, islotes, playas y otros accidentes geográficos, los cuales hacen del trayecto, únicamente practicable con las mares calmas del periodo veraniego, un verdadero alarde de habilidad por parte del patrón del trasbordador y un reto para los ingenieros autores del diseño del mismo. No en vano, la línea regular, viene funcionando en los veranos desde el año 1996, fecha en la cual, la naviera Caledonian MacBrayne, puso en servicio un transbordador equipado con hélices-timón tipo Voith; es decir ejes colgados del casco que se pueden orientar independientemente los 360º, algo que técnicamente se denomina “propulsión azimutal”. Sin embargo, el sistema, aunque técnicamente avanzado y útil, no sirvió para las aguas someras del paso, lo cual unido a la gran aceptación del servicio, obligó a la construcción de un nuevo buque; “Loch Portain”, con capacidad para 32 coches y propulsado mediante cuatro jets o chorros de agua, también con un amplio radio de giro, pero disminuyendo el calado y por ende, el riesgo de “dejarse los fondos” en la multitud de escollos que jalonan la travesía, aunque en sus lugares de carga y descarga de vehículos, que no puertos, entra a varar en una rampa de hormigón, algo que le evita largar cabos a tierra, abatiendo los portalones de proa o popa para la entrada de vehículos y personas.

Antes del inicio de la línea, como en los largos meses de malos tiempos, la conexión norte – sur entre estas islas del archipiélago de las Hébridas, había y hay que realizarla vía el puerto de Uig, isla de Syke; se coge el ferry “Hebrides” en Tarbert (Harris), se navega durante 3 horas rumbo al este hasta Uig y luego otras 3 horitas, rumbo al oeste hasta Lochmaddy. En fin, una paseo náutico bastante largo, bello de realizar en vacaciones y buen tiempo, pero asqueroso y largo por obligación y tiempos no tan bonancibles.

Lo descrito anteriormente, son meros tecnicismos, fáciles de encontrar en la red, pero que son casi imprescindibles a la hora de comprender la dificultad de la ruta. Caledonian MacBrayne, tiene por costumbre en sus barcos, exponer una carta náutica de la zona de derrota usada, con los rumbos y anotaciones marginales realizados a lápiz, en una especie de filigrana de lineas por medio batiburrillo de números, representativos de las sondas o profundidades, algo que iba a ser el presagio fiel de lo que iríamos contemplando por el campo de boyas delimitador del canal navegable durante la travesía. Si hay un poco de mar, algo que provocaría romper las olas en los bajos, el servicio se interrumpe, tal y como amablemente me comentó uno de los tripulantes, quizás asombrado ante mi ansiosa mirada, ávida de no perder detalle de lo acontecido en mi derredor.

La navegación fué para mi “alucinante”. Tampoco es que haya tenido la oportunidad de navegar tanto como hubiese deseado, pero el recuerdo que guardo en mi retina es intenso y muy vivo, quizás como en ninguna otra singladura. La razón, simple; un entorno de una belleza estremecedora, con playas de arenas blancas; sí, como las que aparecen en los folletos de viajes por el Caribe, pero jalonadas de hermosas islas, por supuesto con una vegetación muy diferente, pero luminosa y viva como pocas haya vista, unas aguas transparentes, medio ideal para contemplar los fondos marinos y sobretodo, una naturaleza dinámica, tanto en la cantidad de aves que por aquellos parajes volaban, nadaban o simplemente se posaban en roquedales o en las mismas boyas, como por la velocidad en que las nubes cruzaban los cielos.

Las siete millas en línea recta que separan las cabeceras de la línea, se convierten en más de una hora de navegación curvilínea, llena de sorpresas, pues no en vano, la vista es un sentido bastante engañoso mostrándonos percepciones, que con el transcurso de la singladura van cambiando hasta hacer que, lo que por ejemplo, en la lejanía parecía una isla aislada, sea una península y otras varias. En fin, circunstancias que hacen las delicias de cualquier enamorado de la mar y la naturaleza. Es realmente una maravilla poder sentirse sorprendido de forma tan grata cerca de casa, sin necesidad de grandes viajes, pero siempre que el tiempo acompañe, circunstancia algo bastante complicada por Escocia, tierra de clima muy cambiante con predominio de lluvias, fenómenos meteorológicos sumamente amables conmigo al no atribuirse el protagonismo relativamente habitual, siendo para mi fortuna y regocijo, días soleados aunque sí, sumamente ventosos con los que yo disfruté.

Gaztelupe

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